domingo, 11 de diciembre de 2011

Primer Capítulo Revelación, Anissa B. Damon

He encontrado por ahí el primer capi, así que allá va. La verdad es que empieza fuerte, y con muuuy buena pinta. 


RevelaciónUnos fuertes golpes penetraron en mi cabeza. Eran rápidos y profundos, mucho más de lo normal para un corazón como el suyo. Eso solo podía significar una cosa: se pararía de un momento a otro. Algo se retorció dentro de mi pecho y una oleada de temor me invadió por dentro. Abrí los ojos sobresaltada y contuve el aliento. Me pasé una mano por la cara y miré a mi alrededor.

No era consciente de cuándo me había dormido, ni de dónde estaba. Había mucho, mucho ruido; era increíble quesolo esos latidos me hubieran despertado.

Bajé la vista y descubrí que estaba apoyada contra el hombro de Christian. Poco a poco volví a enderezarme. Cerré los puños con fuerza; me habían comenzado a temblar los dedos. Mi mente estaba poco lúcida, pero mi cuerpo seguía recordando todo lo que había ocurrido.
Entonces, una mano fría y ardiente al mismo tiempo me cubrió la mía y la apretó para infundirme ánimos.
—Ya hemos llegado —me susurró al oído.
Alcé la vista hacia él y su imagen me obligó a salir de la bruma y volver a la realidad. No tenía buen aspecto; jamás hubiese creído que podría decir algo así de él, pero era cierto. Sus ojos estaban hinchados e irritados y sus pupilas extremadamente dilatadas, hasta el punto de no poder diferenciarlas del iris; su piel aún más pálida de lo normal y el color de sus labios había pasado de un tono intenso y tentador a uno apagado y sin vida. Me obligué a recordar el tormento al que se estaba sometiendo por mí y el hecho de que, si no se controlaba, podría acabar conmigo y con toda esa gente sin vacilar ni un segundo.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunté con cautela.
—¿Es una broma? —musitó en un hilo de voz, volviendo despacio la cabeza hacia mí y arqueando una ceja. Incluso en su tono podía notarse el dolor que estaba soportando.
—No, perdona. —Arrugué el gesto—. Ha sido una pregunta estúpida. —Volví a escuchar—. Tu corazón se está…
—... parando —terminó él—. De un momento a otro, en cuanto desaparezca el último rastro de guardián que hay en mis venas.
—¿Cuánto tiempo crees que queda? —pregunté preocupada.
Apretó la mandíbula con fuerza y tomó aire, provocando que las aletas de su nariz se dilataran y otorgándole, por un segundo, el rostro fiero de un animal salvaje.
—No mucho.
Volví a mirar a mi alrededor. Eran varias las personas sentadas allí dentro, posibles candidatas a convertirse en víctimas de un Christian descontrolado, incluso yo. No pasé por alto el hecho de que muchos nos observaban, tal vez por nuestro aspecto. No habíamos tenido tiempo para cambiarnos o asearnos en nuestra huida de la casa de los Lavisier. Nuestra ropa estaba manchada de tierra, la de Christian incluso presentaba manchas de sangre, y el mismo hollín que la cubría ensuciaba nuestras caras y manos.
También podía ser porque, a pesar de esa imagen deteriorada y del corte sangrante en su cuello, producido por las zarpas de Silvana, incluso con ese aire mortecino, salvaje y peligroso, resultaba igualmente cautivador para los humanos. Cierto, no tenía buen aspecto comparado con su apariencia normal pero, al fin y al cabo, seguía siendo Christian Dubois y, tal y como había podido experimentar en mis propias carnes, poseía un encanto y apariencia arrebatadores, un tipo de atracción imposible de combatir.
Así que, desde luego, no podía culparles; fuese por lo que fuese, tenían motivos para hacerlo.
Me sentía culpable por ser la razón de su sufrimiento. Él habíamsido el que más se había sacrificado por mí, se había torturado a sí mismo y expuesto a una infinidad de peligros para evitar que nadie me hiciera daño y lo había conseguido, pero el precio por mantenerme a salvo había sido alto, sin duda, ignoraba qué había sido de los De Cote, e incluso de Helga Lavisier; todos ellos se habían puesto en peligro por mí. Mi única lesión correspondía a un corte en el hombro, producido por la afilada hoja ensangrentada de Silvana. Dolía, ardía de frío y calor a la vez pero, sinceramente, después de verlo a él, sin pronunciar una palabra sobre su propio dolor, ¿cómo podría quejarme yo por un ridículo e insignificante corte? Por mucho que me doliera la sangre de guardián, no merecía que emitiera ni un leve gemido.
Incómoda, intenté evitar las curiosas, a la vez que reprobatorias, miradas de la gente y me centré en lo que aparecía al otro lado de la ventanilla. Un segundo después, se encendió el piloto que indicaba que había que abrocharse los cinturones de seguridad, y comenzamos el descenso a tierra.
Lo que había ocurrido desde que la casa de los Lavisier había comenzado a arder estaba borroso. Todo parecía lejano y envuelto en una densa bruma a pesar de no haber transcurrido más de unas horas desde entonces. Sentí algo pesado en el estómago cuando el avión inclinó el ala derecha, ofreciendo una amplia panorámica del lugar al que nos dirigíamos. Era de noche, una noche sin luna. La ciudad ahí abajo estaba repleta de pequeñas lucecitas que comenzaron a hacerse cada vez más y más grandes, hasta que pude distinguir con claridad los coches circulando por la carretera.
Notamos unas pequeñas sacudidas y poco después aterrizamos. Christian vigilaba atento, pero con el rostro impasible, todo movimiento a nuestro alrededor, pendiente del momento en que parásemos. La gente comenzó a hablar entusiasmada, y muchos se despertaron, retorciéndose y estirándose, doloridos por las incómodas posturas.
El avión comenzó a frenar. Christian se volvió hacia mí, con una mirada elocuente, y se llevó con cuidado mis manos a la boca, besándolas sin apartar sus ojos de los míos.
El corazón le latía desbocado. Entonces, una pequeña sacudida dio a entender que habíamos parado.
Se puso inmediatamente en pie, con sus dedos entrelazados a los míos, y salimos al pasillo, mucho antes de que a alguien le diera tiempo siquiera de reaccionar. La gente nos observaba extrañada mientras avanzamos entre las hileras de asientos.
Christian esquivó con facilidad a la azafata, que se dirigía a detenerlo y abrió la puerta sin esfuerzo.
—Vamos, Lena —instó con voz profunda mientras atravesábamos la pasarela que conducía a la terminal—, nos están esperando.
—¿Quién? —pregunté, confundida—. ¿Quién nos está esperando?
—Una familia que vive en un pueblo cerca de aquí —me explicó—. Te llevaré con ellos.
—¿Cómo que me llevarás con ellos? —Paré en seco—. ¿Y qué vas a hacer tú?
—La sangre de guardián dejará de hacer efecto en breve —dijo con voz grave, y se volvió un segundo hacia mí—. Debo pasar esta noche solo.
Se había inyectado sangre de guardián para retrasar el efecto que tenía en él la ausencia de luna, aquello que lo transformaba en un auténtico monstruo. En ese momento ya me resultaba imposible contar sus latidos, por la velocidad desenfrenada de su corazón. Tenía los ojos rojizos y caminaba deprisa, apretando mucho la mandíbula. Pasamos de largo el control y salimos por la puerta de «LLEGADAS». Una vez más, nuevas miradas chocaron contra nosotros, las de las personas que esperaban detrás de una cinta a sus familiares o seres queridos. Nos abrimos paso entre ellos sin ningún tipo de delicadeza. Notaba sus intenciones de quejarse o incluso proferir algún tipo de insulto hacia nosotros pero por alguna razón enmudecían al vernos.
Salimos fuera, ante una gran hilera de taxis que esperaban para transportar a los recién llegados. Bajo la oscura noche, el aspecto de Christian empeoró aún más. De pronto se paró en seco,
sujetándose el pecho con una mano al tiempo que un bramido surgía de su interior. Retrocedí un paso al ver cómo hiperventilaba.
Intenté escuchar sus latidos, pero no lo logré, habían frenado de forma tan brusca como él.
—¿Christian? —pregunté con miedo.
—Aléjate —gimió entre dientes.
Me habría encantado no hacerlo, quedarme a su lado e intentar reconfortarle, pero las cosas son más complicadas de lo que parecen con Christian Dubois. Aun así no me aparté mucho, no más de un par de pasos. El aire era frío, y gracias a ello no había muchas personas alrededor, aunque eran varios los taxistas que miraban intrigados la forma en que se retorcía de dolor.
Entonces, para mi gran sorpresa y, para qué negarlo, consuelo, escuché un potente latido retumbar en su interior. Pasaron un par de segundos y sonó otro. Eran lentos, sin embargo ahí estaban, su corazón no se había detenido. Aliviada, volví a su lado, pero me quedé congelada al ver sus ojos: todo lo que antes fuera blanco e inmaculado estaba ahora surcado por miles de caminitos rojos.
—¿Christian? —repetí.
Tomó aire repetidas veces. Las venas del cuello se le marcaban de manera increíble por el esfuerzo que estaba haciendo para controlar el dolor.
—Ya no queda ni una sola gota de guardián en mi cuerpo —anunció, retorciéndose de nuevo.
—¿Qué ocurrirá ahora? —balbuceé con miedo.
Él me miró un instante a los ojos de forma locuaz. «Catástrofe», esa fue la primera palabra que llegó a mi mente. Se enderezó y tomó mi mano con firmeza.
—Vamos, apenas queda tiempo.
Evité preguntar «¿para qué?» porque estaba segura de a qué se refería. Solo lo había visto una vez en noche de luna nueva y no podía decir que se tratase de uno de los mejores momentos que había pasado con él.
—Buenas noches —saludó un taxista al ver que nos acercábamos. Era un hombre bajito, de ojos cansados, con bigote y densa cabellera cubierta por frondosas canas—. ¿Les llevo a alguna parte?
—Al lugar más apartado de esta ciudad —ordenó de forma brusca ayudándome a entrar en el coche—. A algún sitio abandonado en las afueras, cualquier cosa.
—Hay un antiguo polígono industrial —vaciló, mirándonos por el espejo retrovisor al entrar en el coche, analizando qué tipo de personas le pedirían algo así—, no se usa desde hace por lo menos una década. —Volvió a lanzarnos la misma ojeada de desconfianza.
—Llévenos allí de inmediato —mandó Christian.
Sin embargo, no puso el coche en marcha, se volvió completamente hacia mí y con voz muy seria me preguntó:
—¿Está todo en orden, señorita?
Parpadeé dos veces sin entender, ¿no se daba cuenta de lo importante que era el tiempo? ¿De la prisa que teníamos? No tardé en comprender qué era lo que se estaba imaginando. A juzgar por nuestro aspecto, mi expresión, el rostro fiero y amenazante de quien me acompañaba, la manera en que él me aferraba la mano y su prisa por llevarnos a un lugar lo suficientemente apartado como para que no se oyeran los gritos… Bueno, no hace falta ser un genio para saber que ningún humano busca un lugar así con buenas intenciones, debía de pensar que él me llevaba a la fuerza o algo parecido.
—Sí —me apresuré a decir—, deprisa, por favor.
Christian irguió la espalda, echándose hacia atrás con un espasmo y apretando los dientes con fuerza. Cerró el puño hasta que la piel de los nudillos se le tornó completamente blanca, también noté cierta tensión en la mano que rodeaba la mía.
—¿Tendría la amabilidad de arrancar de una vez? —rugió entre dientes, sin poder abrir los ojos.
El conductor echó un último vistazo. Yo asentí con avidez y él, por fin, pisó el acelerador y se adentró en la carretera. Presté atención a su corazón: latido, silencio, latido, silencio, latido…
Miré a Christian, que seguía sin abrir los ojos. Tenía todo el rostro concentrado en una mueca violenta y feroz. Intenté no pensar en lo arriesgado que era para el conductor y para mí estar allí dentro, encerrados con una fiera sedienta de sangre a punto de despertar. Noté todos mis músculos tensos, pendientes de cada minúsculo cambio en él. Todavía recordaba cómo había reaccionado aquella vez en la que yo aún no era exactamente cazadora. Creí que acabaría conmigo, pero no fue así. Recordarlo me aliviaba un poco, pero de pronto abrió los ojos y todas mis entrañas se retorcieron de pavor. No era una mirada furiosa, irritada o dolorida, sino cruel, horrible; sencilla y relajada, cargada de una oscuridad mayor de la que cualquier persona pueda imaginar. No importaba lo que intentara decirme a mí misma, debía temerle y alejarme un poco de él. Sentía auténtico pánico por estar ahí sentada. Observé con horror al conductor y luego al seguro cerrado de la puerta. Después me volví lentamente hacia él, con todos los músculos rígidos por el pánico. ¿Habría alguna forma de saber en qué momento dejaba de ser el Christian que yo conocía para convertirse en ese gran predador del que tantas veces me habían prevenido? Si la bestia despertaba en él, podría acabar con el pobre taxista y conmigo con un único movimiento. Pero ¿y si ya no era él? ¿Y si su plan era alejarnos de la gente para poder acabar con nosotros?
Latido…, silencio…, silencio…, latido…, silencio…, silencio…, latido…
Estaba segura de que él no quería hacerme daño pero no sabía el efecto que había tenido esa sangre en su cuerpo. Haber retrasado el proceso le convertía en un ser mucho más peligroso ahora. Mi mano se quedó tensa bajo la suya, ardía cada vez más.
A pesar de eso, tampoco estaba dispuesta a apartar la mano y que él pensara que le tenía miedo…, aunque en el fondo así fuera.
Noté la mirada del taxista, a través del espejo retrovisor, contemplando cómo Christian abría y cerraba el puño con fuerza, aún con esa expresión. Estaba a punto de gritarle que parase,
que detuviera el coche y que nos dejase salir corriendo de allí, antes de que fuera demasiado tarde, pero Christian volvió a cerrar los párpados y a sumirse en una nueva oleada de dolor. Con esa forma de mirar oculta me resultaría más fácil razonar.
Me concentré durante todo el camino en contar los segundos que pasaban entre latido y latido: cinco…, siete…¿A por quién iría primero: a por el pobre humano o a por la inexperta e ingenua
cazadora? Ocho…, nueve… Aterrada, recordé que él era consciente de que un humano le duraría mucho menos que alguien como yo. Cuando ya transcurrían diez segundos entre
uno y otro, el coche se detuvo.
—Hemos llegado.
Por primera vez, aparté mi atención de él y la centré en lo que nos rodeaba. Christian abrió los ojos de golpe, se enderezó y salió al exterior. Lo seguí. Estaba en un callejón, oscuro y, tal y como había dicho el hombre, abandonado. No había rastro de vida humana, ni siquiera las farolas estaban encendidas; tan solo una fábrica abandonada. No entendía por qué razón me había llevado allí. Christian sacó de su bolsillo una cartera y extrajo de su interior un pequeño fajo de billetes. Los ojos del taxista y los míos propios se desviaron inconscientemente hacia él. Christian se los puso con brusquedad en la mano y con voz grave añadió:
—No se mueva de aquí. Espere hasta que ella salga. Con eso bastará.
«¿Hasta que ella salga? Tal vez no quiera acabar con ninguno de los dos al fin y al cabo», pensé.
Después se volvió hacia mí, tomó de nuevo mi mano y me condujo hacia el interior.
—Señorita —musitó—, venga conmigo, no se quede con él.
—Espere, volveré enseguida —pedí, confusa. Cuando estuvimos fuera de su vista, Christian agarró una puerta blindada de metal y, con un solo movimiento, la arrancó de la pared—. ¿Qué hacemos aquí?—balbuceé al entrar.
—Necesito tu ayuda —me dijo.
—¿Para qué? —pregunté, sorprendida de que me pudiese necesitar a mí para algo.
Él miró a su alrededor, buscando algo. Un instante después se dirigió con paso decidido a una máquina y arrancó de ella dos grandes cadenas. Las enrolló con cierto estruendo y se acercó a mí.
—Para esto —anunció.
—¿Cadenas? —retrocedí.
Se aproximó a una columna e intentó zarandearla, pero no parecía muy estable. Fue comprobándolas una a una hasta que encontró lo que buscaba, casi al otro lado de la sala en la que habíamos entrado.
—Encadéname —soltó de pronto.
—¿Qué?
—Deprisa —apremió con dificultad.
—¿Por qué?
—Se acaba el tiempo.
Me tendía las cadenas, con los ojos suplicantes enmarcados en ese rostro feroz. No quería hacerlo, pero me acerqué y las cogí.
Él retrocedió hasta chocar su espalda contra la superficie rugosa.
—¿Servirán? —indagué mientras rodeaba su cuerpo varias veces con ellas. Mis manos temblaban de miedo.
—No estoy seguro, no sé qué fuerza tendré esta noche.
—Quiero quedarme contigo —musité a un palmo de su rostro, cuando llegué frente a él.
—De ninguna manera. —Su cuerpo se retorcía—. Apenas queda tiempo —anunció—. Mete la mano en mi bolsillo. —Hice caso y saqué de él un pequeño papel doblado en dos partes—. Es la dirección donde te espera Gareth. Le he dejado suficiente dinero al taxista como para sacarte del país, si así se lo pidieras, pero ningún humano es de fiar, tienen demasiado miedo, así que debes salir en su busca cuanto antes.
—Te cuidaré —insistí, encerrando el papel en el puño—. No quiero separarme de ti, no vas a hacerme daño.
—Es demasiado peligroso. —Negó con la cabeza—. Volveré a verte pronto, pero debes salir ya de aquí, Lena. No podré controlarme más tiempo. —Me acerqué a él y le besé con cuidado la mejilla. Su corazón estaba a punto de pararse—. Márchate, por favor. —Retrocedí hacia la puerta sin apartar la vista de él—. ¡Vete! —rugió—. ¡CORRE!
Llegué junto a la salida, me di la vuelta y apreté el paso hacia la calle. Cuando llegué allí, el taxi ya no estaba. Miré a mi alrededor;
Christian tenía razón, se había marchado. Escuché ruidos que venían de dentro, eran las cadenas agitándose. Me obligué a no preguntarme cuánto tiempo tardaría en deshacerse de ellas.
Di una vuelta sobre mí misma, sin saber dónde ir. Estábamos en las afueras, no había gente alrededor, ¡ni siquiera luz! Tampoco parecía que pudiera encontrar civilización a menos de varios kilómetros desde donde estaba. Debía reconocerlo, estaba metida en un gran lío.
En ese instante, escuché un fuerte estruendo metálico acompañado por un tremendo alarido de dolor y, horrorizada, comprendí que ya se había liberado. Debía correr. No importaba la dirección ni el lugar al que fuera a ir a parar. Tomé la primera calle que encontré; una estrecha y alargada. Fue un error, pero no me di cuenta hasta que estaba completamente dentro: si él aparecía, me vería sin problemas. Tampoco era una opción retroceder por el riesgo a encontrarme cara a cara con él. Todo estaba grisáceo, había mucho polvo, y había empezado a levantarse una ligera niebla.
Paré un segundo para analizar el silencio. En situaciones normales, mis agudizados sentidos me permitían saber cuándo estaba cerca, en especial el olfato y el oído; pero para entonces llevaba su olor en cada célula de mi cuerpo y su corazón no emitía sonido alguno. Miré a mi alrededor, intentando encontrar la manera de advertir si se acercaba, pero él era sigiloso por naturaleza propia, lo que lo hacía aún más difícil y... peligroso. Despacio, e intentando no hacer ruido, me acerqué a la pared y me apoyé contra ella, escondiéndome poco a poco, y me quedé agazapada tras unos enormes contenedores. Ni siquiera me atreví a respirar, me quedé completamente inmóvil, confiando en que mi olor quedara camuflado entre todos los que inundaban ese lugar. Si lo hacía bien, tal vez podría esperar allí a que el sol saliese, y pusiera fin a esa tormentosa noche.
De pronto, sentí que algo pasaba veloz sobre mi cabeza y de forma instintiva alcé la vista hacia el tejado. Salí corriendo en dirección contraria, intentando por todos los medios ser sigilosa pero había mucha agua por el suelo, debía de haber llovido hacía solo unas horas. Sin duda, esa era una de las razones por las que Christian había preferido ir por las alturas.
Tomé la primera callejuela que encontré a mi paso para despistarlo. Después de varios minutos, frené un momento para permitirme el lujo de analizar una vez más el silencio. Entonces, al otro lado, divisé, algo alejada, una carretera iluminada. Por allí pasaban coches a gran velocidad. Un pequeño brote de alegría invadió mi cuerpo. Me dirigí hacia allí tan rápido como me permitieron mis piernas, sin pensar, sin mirar atrás, sin tomar ningún otro camino... segundo error.
Por fin salí de la callejuela. Aún había una pequeña explanada hasta llegar a la carretera. Los coches eran demasiado pequeños como para que me pudiesen ver si hacía una señal aunque al menos sabía qué dirección debía tomar. Seguí corriendo pero, en ese momento, sentí algo a mi espalda. Me detuve poco a poco, sin atreverme a volver la vista atrás. Como si el mundo entero intentase anunciármelo, el aire cambió de dirección, transportando su olor, su único y maravilloso aroma, hacia mí. Muy despacio, me volví hacia él y encontré a la fiera, a su otra mitad.
Tenía su rostro y su cuerpo, pero la bestia de su interior lo había dominado, se había apoderado de él.
Fui a retroceder un paso pero él saltó sobre mí y no pude hacer nada por evitarlo. Intenté correr sin éxito, porque me aferró de una pierna y me tiró al suelo. Con un ágil movimiento se lanzó contra mi cuerpo para aprisionarme contra la tierra aunque, de nuevo gracias a mis reflejos, lo esquivé. Volvió a por mí e hice algo horrible: le golpeé fuerte para alejarlo todo lo posible.
Me costó un instante más recordar que ese no era el Christian que yo amaba, sino un monstruo que no vacilaría en acabar conmigo. Mi golpe consiguió empujarlo antes de que lograra sujetarme de nuevo y salió despedido hacia atrás. Durante un momento no se movió, así que me puse en pie despacio y me acerqué a él con cautela. Comenzó a retorcerse en el suelo, con la cabeza echada hacia atrás y los músculos del cuello marcándose más de lo que jamás podría considerarse normal. Sentí un golpe de dolor en el pecho al verle ahí tendido, sufriendo. Extendí con cuidado una mano hacia él, sin atreverme aún a arrodillarme a su lado, pero abrió los ojos con un rápido movimiento y los clavó en mí. Pegué un salto hacia atrás por el susto. No esperé ni un segundo más, me di la vuelta y empecé a correr por encima de mis posibilidades a través de la explanada, consciente de que nada importaba el que yo fuera más fuerte y que ello me permitiera una mayor velocidad, porque su agilidad era mucho mayor y sabía emplear sus facultades mil veces mejor que yo. No había conseguido recorrer ni la mitad de la distancia cuando sentí que algo me tiraba de bruces contra la arena. Intenté apartarlo, grité con desesperación, luchando para impedir a toda costa que me inmovilizara, pero fue inútil. Me sujetó con fuerza ambos brazos con una sola mano, mientras con la otra desgarraba el cuello de mi camiseta en un intento por abrirse paso hacia mi corazón.
—¡No! —balbuceé sin apenas fuerzas. ¿Acaso habíamos escapado de todo ese tormento en La Ciudad para acabar así?—. ¡Soy yo! —supliqué—. Por favor...
Con un doloroso zarpazo me abrió la piel. Grité de dolor, retorciéndome y forcejeando hasta que pude liberar una de mis manos.
Llevada por la desesperación, hice lo primero que se me ocurrió para separarlo de mí: apreté la palma con fuerza contra la piel de su pecho, bajo la ropa. Él soltó un gran alarido. Si tenía algo claro era qué zonas de nuestro cuerpo se habían acostumbrado al contacto con el otro, y esa no era una de ellas. Asustada, descubrí que no había tenido el efecto que esperaba, no se había apartado, seguía ahí, pero ahora su sed de sangre había aumentado.
—¡Christian! —tartamudeé intentando arrastrarme hacia atrás.
Alzó la vista hacia mí y me clavó su penetrante y siniestra mirada durante unos instantes. Mi cuerpo temblaba cada vez más, según sentía aumentar la rabia en el suyo. Mi mano seguía apoyada contra su pecho, acrecentando su dolor, pero yo no la apartaba. De pronto, juntó nuestras frentes y sus ojos comenzaron a cambiar; una neblina ambarina los cubría. Sabía lo que eso significaba y sentí pánico al verlo. Deseaba con todas mis fuerzas cerrar los párpados y salvarme de su mortal escrutinio, pero no podía. Era tan hermoso contemplar cómo esa voluta amarillenta iba fundiéndose con sus iris, con sus pupilas… Era hipnotizador.
En ese momento, un espantoso dolor sacudió todo mi cuerpo.

3 comentarios:

  1. Tengo ganas de leer el libro, aunque no me suele gustar leer los primeros capítulos antes de tiempo... xDD que luego estoy que me como las uñas :D
    De todas formas muchas gracias ;) Si al final se me da por ello ya se donde buscarlo
    Besos

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  2. Woo muero de ganas de leerlo.. espero con ancia a que ya salga el libro... pero tendre que esperar otro poco... alguien sabe cuando exactamente saldra?...
    bueno muchas grax por darnos ese regalo de navidad el primer capitulo fue muy bueno ahora me quede con las ganas de leer más..

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  3. ya lei el librooo!!! OMG aun no puedo creerlo :D

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Aporta tu idea :) ¡Vamos, no te cortes! Eres libre de decir cualquier cosa, pero ten en cuenta que no admitiré insultos y malos rollos. Plagas fuera.

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